Aportes a la unidad entrerriano uruguaya
El zorzal que me despertó esta mañana es el mismo zorzal de la otra banda y canta de lo lindo también, llama a hacer el amargo en la madrugada. Se burla de los límites forzados, como no los aceptan la calandria, el tero, el cutirí.
Y así los pomponcitos del espinillar huelen igualmente dulces y lucen tan amarillos como las bandadas del frágil y exquisito dragón, entre los pastizales de las dos orillas.
La comadreja que baja del paraíso cuando anochece en Tacuarembó es la misma mbicuré, madre ejemplar, que describió Marcos Sastre en El Tempe Argentino, homenaje primigenio al delta del Paraná, nuestro delta. Y Marcos Sastre era oriental, claro. Nos habló del chajá, el ceibo, el mburucuyá, y de las cigüeñas nuestras, las mismas cigüeñas que nos traen al mundo aquí y allá: el parsimonioso tuyango, el inmaculado tuyuyú de cabeza pelada.
Fray Mocho, panzaverde, describió el mismo delta, le llamó El país de los matreros y narró la vida entre los pajonales, la suerte esquiva de hombres y de patos, y recordó a su modo la triste leyenda del carau solitario enlutado para siempre en las dos costas, sin distinción, por haber sido mal hijo. Fray Mocho, de Gualeguaychú, pero Dorina Escalada y Desiderio Álvarez Gadea, sus padres, orientales los dos.
No sé por qué habríamos de hacer la diferencia, ¿distinguía el Tabaré de Zorrilla una costa de la otra? ¿Las distinguía Francisco, el grumete de Solís?
No hay comentarios:
Publicar un comentario