La hegemonía social del pueblo como fuerza incluyente y no excluyente es el engarce práctico entre la dinámica progresista y democrática de la identidad y avance a la independencia vasca
Caro Baroja dijo que «Toda identidad es dinámica. Es decir, variable». Esta tesis innegablemente dialéctica, extraída de un texto publicado en 1986, confirmaba lo que ya era sabido tanto por el Estado español como por la izquierda independentista vasca de entonces: que las identidades de los pueblos pueden ser frenadas en su crecimiento, desviadas en su evolución e incluso barridas, o al contrario, pueden ser impulsadas y enriquecidas. Que evolucionen en un sentido u otro depende no de la idiosincrasia «racial» o de la genética, sino de las luchas sociales internas y externas, de las relaciones de poder entre las fuerzas sociales enfrentadas.
Ninguna identidad, sea opresora u oprimida, es monolítica, todas están surcadas y a veces escindidas por la opresión patriarcal y la explotación de clase, y en su seno siempre coexisten sub-identidades específicas que corresponden a realidades e intereses enfrentados, aunque, como sucede con las ideologías, en situaciones de «normalidad» las dominantes son la sub-identidad y la ideología creadas por la clase propietaria de las fuerzas productivas, que controla al sistema patriarcal, que dirige la producción simbólica y que vigila la fuerza e implantación del complejo lingüístico-cultural.
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