domingo, 21 de marzo de 2010

Las tres bandas azules en ellas - El bicentenario en debate

La joven Micaela y Carolina, su bebita, nos preguntan si la palabra Bicentenario va en verdad con mayúscula.

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Prisionera bajo engaños y sola.



Prisionera bajo engaños y sola. Sola, sin noticias de su hijito que era orillero del río Uruguay como ella, como sus padres, gente de los arenales. Atragantada de impotencias por las persecuciones, las emboscadas contra su propia nación y las masacres: así estaba Guyunusa cuando fue arriada al puerto y embarcada a Europa con otros tres paisanos, expulsados todos por ser… charrúas.

Con ella nos vamos, todos somos charrúas con María Micaela Guyunusa. ¿Dónde estaría su padre? ¿Dónde su madre, María Rosa, tan Rosa como Rosa Guarú que crió al gurisito José de San Martín en Yapeyú (si no fue su madre guaraní)? ¿En quiénes pensaría la bella Guyunusa llena de vida, durante el fastidioso viaje del destierro, ese destierro injusto que todavía nos eriza la piel, y avergüenza a Europa?

El amor iba al lado, y el amor iba en su vientre. Cargaba, y era mucho, lo que le quedaba de sus amores.
Allá la esperaban los fríos ojos de la ciencia. La curiosidad del europeo iba a saciarse en sus costumbres “salvajes”, en su cuerpo.

Un tal Francois de Curel la quería, en los papeles, para presentarla “a su majestad el rey de Francia, a las Sociedades Científicas y a otras personas de distinción e ilustración”. Todo era por la ciencia, pero las patrañas en las promesas del mercader de allá y los entregadores de acá quedaron pronto a la luz: ya en Europa podía leerse este volante con acento francés: “Los Charrúas son visibles todos los días, excepto el sábado de las 3 a las 6 de la tarde, Allée d’Antin, N° 19, Campos Eliseos. Precio de entrada: 5 francos por persona”.

Todo el pudor de nuestra herida hermanita, herido en la exhibición. Entretenimiento garantizado. Crueldad sin límites.

Qué come, qué viste, cómo duerme, cómo pronuncia, de qué modo será su parto, cómo presenta sus pezones. La observan, la estimulan para sonsacarle respuestas, y cuando la tuberculosis amenace con liberarla del morbo europeo y de quién sabe cuántos abusos, la enyesarán en vida para quedarse con sus formas.

Algo así sufrió Saartjie Baartman, “la Venus Hotentote”, con sus glúteos y genitales. Cebados los europeos en sudamericanas y africanas. Los padecimientos de estas mujeres nos hermanan, también.

Las personas de “distinción e ilustración” mostraban la hilacha. Pero hubo franceses que les reprocharon a sus conciudadanos el maltrato, y se burlaron de los “expertos”, y rescataron manifestaciones del alma en los nuestros, la sonrisa, para transmitirnos los pocos gestos que dicen mucho, y el silencio que dice más.

Nada de eso alcanzó para que Guyunusa y su amor, el joven Tacuavé, y sus amigos sudamericanos lograran retornar como anhelaban a nuestros montes, nuestras cuchillas y lomadas, a nuestro río eterno de donde habían sido extirpados por el conquistador, aún en tiempos de independencia.

¿Cómo podía ella entender este panorama? ¿Qué confusiones pasarían por esa chica que había aprendido, de gurisita, con los suyos y en las barrancas de su Paysandú (que había sido un caserío de la gran estancia de Yapeyú como casi toda la orilla oriental del Uruguay); había aprendido ella que su jefe Artigas, lejos de expulsarlos, ordenaba darles tierra y respetarles sus costumbres, su organización social, sus jefes propios? ¿Cómo entender a las autoridades que los mataban, o los perseguían y expulsaban, cuando el charrúa y el guaraní habían protagonizado las luchas de la independencia y la república y las autonomías? ¿Cómo entenderlas, si el indio custodió con su ejército de jinetes que volaban, el éxodo emancipador llamado La Redota? ¿Quién gozaría, entonces, de los resultados de sus luchas enarboladas en una banda roja, en las dos bandas del Uruguay?

Ella no desconocía, claro, las penurias, si de gurisita nomás llevó una vida azarosa. El investigador Gonzalo Abella la supone caminando en éxodo masivo hacia el norte, con miles, cuando terminaba 1811, y establecida con los suyos al amparo de una carreta, en las orillas del Ayuí. Habrá tenido entonces cinco añitos, habrá jugueteado en suelo entrerriano entre los cascos y las ruedas; habrá hecho familiar la voz serena de José Artigas, y por qué no, el paso adolescente, enamorado, de Melchora Cuenca.

Una gurisita que no fue. El 11 de abril de 1831, el estado uruguayo engañó, emboscó y masacró a los charrúas todavía organizados, en el potrero de Salsipuedes. No distinguió, claro, entre descendientes de entrerrianos, orientales o riograndenses, como el Virreinato no los había distinguido antes en La Matanza (Victoria). Un charrúa es nación, no acepta límites impuestos por el enemigo.

Algunos de los que se salvaron pasaron a ser sirvientes de la aristocracia en Montevideo. Un grupito fue embarcado hacia Francia para la exhibición. Allí viajó nuestra Guyunusa.
Pleno verano, el 25 de febrero de 1833 zarpaba de Montevideo el bergantín que la alejaría para siempre de nuestro suelo. India y madre, Guyunusa le daría a París una hija europea gestada acá. (Algunos estudiosos suponen que el padre debió ser nuestro cacique Vaimaca Perú).

Su nación, víctima de las disputas entre las bandas de españoles, portugueses, ingleses, y ella misma en poder de los franceses ahora. Para aclarar los puntos, de entrada, y para aislarse de tanto idioma extraño, se pintó en la frente las tres bandas azules, se marcó, como diciendo… Como diciéndose.

Y esas tres bandas azules nos interrogan hoy, en el Bicentenario de la Revolución. Un Bicentenario que insistimos en nombrar con mayúscula por otros argumentos que Guyunusa nos discute con razón.

Porque la Revolución fue en Mayo de 1810, y Guyunusa y los suyos, los sobrevivientes de las matanzas, terminaron expulsados en febrero de 1833.

El 20 de setiembre de ese año, a siete meses de la partida desde nuestras playas, Guyunusa dio a luz una niñita americana, en París, y la nombró Caroline. Guyunusa contrajo tuberculosis y murió el 22 de julio del año siguiente en Lyon. Un mes después, el 28 de agosto de 1834, antes de cumplir el añito, falleció Caroline en Lyon.

¿Qué palabritas habrá balbuceado nuestra niñita charrúa en París? ¿En qué idioma? ¿Qué frase dejó trunca?
¿Qué oportunidades le dieron a Caroline el criollo de la independencia, el español, el inglés, el portugués, el francés, todos pretendidos dueños del suelo charrúa?
¿Y qué oportunidades les damos a nuestras Guyunusas y Carolinas de hoy, a la vuelta de la esquina, privadas de tierra, de estudios, de apellido?

No faltaron señoras sensibles de la Francia civilizada que, al escuchar el llanto de la niñita se sorprendieran, porque lloraba como sus propios niñitos. Extraña coincidencia.
Dos mujeres nuestras, Guyunusa y su hijita Caroline Tacouabé, esas dos mujeres nuestras nos interrogan hoy desde la distancia. Sin bienes, despojadas de nación y de tierra, privadas de idioma, muertas al fin en suelo extraño, nos preguntan.
Eso que les pasó se llama tráfico de personas para la explotación. Engaño, fraude, abuso de poder, reducción a servidumbre, privación ilegítima de la libertad, esclavitud. Y en tiempos en que la esclavitud había sido abolida en los papeles. (Lo que le pasó a su nación, genocidio).

Fueron a morir allá, y hoy sentimos que viven aquí y cuando decimos aquí, decimos aquí, en nuestros corazones.

La explotación de la mujer fue llamada “trata de blancas” y se consideraba un delito, pero en la medida que se explotara a mujeres blancas, porque la trata de negras era permitida e incluso promocionada.

Estamos pues ante la trata (arreo para explotación) de personas cuando nuestras tierras se habían declarado ya cinco veces revolucionarias e independientes. En 1810 con la revolución de Mayo, en 1811 con el Grito de Asensio y la Redota (hacia el Ayuí entrerriano), en 1815 en el Congreso independentista de Oriente (para nuestro orgullo, en Concepción del Uruguay), en 1816 en Tucumán, y en 1825 con la independencia de Uruguay del imperio de Brasil…

Los descuidos nuestros. El 17 de julio de 2002 llegaron a Uruguay los restos de Vaimaca Perú, que venían del Museo del Hombre de París. El lancero de José Artigas, Vaimaca, con el jinete Tacuavé y el médico Senaqué, fueron los compañeros de desventuras de nuestra Guyunusa.

Eran de nuestras familias orientales, entrerrianas, sin diferencias porque el río Uruguay no tenía aduanas, ese disparate; el río no nos pedía el DNI como sucedió después, como sucede con la decadencia.
No estuvimos, como pueblo (no digo los gobiernos, de los cuales no hay que esperar mucho), no estuvimos en ese invierno para recibir a nuestro Cacique artiguista. Fueron jornadas conmovedoras, de honda reflexión, y nosotros, sus descendientes de alma, antes que inclinarnos tomamos distancia.

Hace pocos días, los chilenos recibieron los restos de cinco hermanas y hermanos sudamericanos, robados también por el conquistador en nuestro extremo sur a la nación kawesqar llamada alakalufe, y exhibidos como animales en un zoológico humano.

Dice la noticia: las osamentas de “Capitán” (40), un hombre que falleció un año después de ser capturado, su mujer Piskouna y su hijita de tres, Grethe, arribaron provenientes de la Universidad de Zurich en Suiza, donde servían a la ciencia junto con los restos de las jóvenes de veinte años bautizadas como Henry y Lise por sus cancerberos”.

Con el respeto de sus familias tan cerca de los onas (selknam), descansan ahora en Karukinká (Tierra del Fuego).
Roma, Zurich, Berlín, Londres, Bruselas, supieron de ellas en el circo, y los testimonios de los manoseos que soportaron erizan la piel también.

La repatriación de los restos nos alivia, pero en la Argentina estas noticias no trascienden. Nuestra distancia nos pinta bien, distantes por ahora.
Volvió Vaimaca, volvieron las cuatro mujeres alacalufes y Capitán, de nombre ajeno. Tal vez en este Bicentenario volvamos nosotros a reencontrarnos con nuestra identidad, con nuestros desaparecidos, con nuestra memoria, y volvamos los ojos a las Piskouna, Grethe, Henry, Lise, Guyunusa, Caroline de nuestros barrios hacinados, las mujeres de nuestros campos hechos para pocos, desiertos.

Guyunusa se llamaba Micaela. Vaya nombre. La Bastidas Puyucahua de vida revolucionaria y muerte atroz, y atroz porque el conquistador no comprendió siquiera sus delicadas formas, no tenía herramientas el verdugo para su figura frágil a la vista; la también bella Micaela Bastidas, bella en cuerpo y alma, medio africana medio americana, enteramente nuestra americana como Guyunusa, vuelve a llamarnos en este Bicentenario que nos obstinamos en escribir con mayúscula pero quizá por ahora debamos llamarle nomás bicentenario. Así, como una deuda con nuestras Micaelas.

El Día de la Nación Charrúa
El 11 de abril es recordado como el Día del Indio. No sabemos si fue aprobada una ley que lo declara Día de la Nación Charrúa y de la Identidad Indígena. Bien podría decirse, también, el Día de la Resistencia.
Pero estamos hablando del Uruguay, y en verdad cualquiera de esas denominaciones nos involucra a los entrerrianos. ¿Por qué permanecer ajenos a Salsipuedes?

Digamos que la fecha fue elegida por la masacre de 1831 en Salsipuedes. Paradojas, el 11 de abril había lanzado José Artigas su primera Proclama revolucionaria en Mercedes, en 1811, en adhesión plena a la revolución de Mayo. Aquí, en Entre Ríos, esa fecha es todo un símbolo también que nos involucra, pero lejos, muy lejos del espíritu de Mayo, solemos recordar el 11 de abril por el asesinato de Urquiza en 1870.

Con los recuerdos del 11 de abril, posiblemente en el futuro celebremos el 13 de abril, por que ese día José Artigas dio las Instrucciones del Año XIII, documento inicial, inapelable, del federalismo sudamericano, con el cual todavía hoy estamos en deuda, en particular los entrerrianos.

Para ser más específicos, el estudioso Gonzalo Abella querría que el 11 de abril se conmemorara el “Día de la Masacre contra los Charrúas Artiguistas por parte de los liberales encaramados en el Poder”.
Debe recordarse aquí que el espíritu libertario del artiguismo contó con la concurrencia plena del ejército charrúa, o mejor dicho: el espíritu libertario charrúa entrerriano y oriental contó con la concurrencia plena de la revolución que lideró José Artigas.

La heroica Paysandú y nuestra memoria
Cuando nombramos a Paysandú decimos Nuestra América. Y Guyunusa es sanducera como el muchacho, Tacuavé.

Les pasó hace poco (nos pasó), y con gran responsabilidad de nuestra gente, no ya europea sino americana, como ocurrió con el atropello a la Patagonia llamado “Campaña al desierto”, y con la usurpación del Chaco. (No hablaremos ya de la guerra al Paraguay indio, mestizo, que no terminamos de digerir, por genocida y reciente).

Sanducera, Guyunusa, como Aníbal Sampayo que no podía ser más entrerriano cantándole al río, al islero y pescador, a Delio Panizza, a José Artigas, y cantándole a nuestro Cerro de la Matanza tan parecido a Salsipuedes en masacres de hijos de la tierra.

Nuestra ciudad de Victoria y nuestra Salsipuedes, dos hitos en nuestras derrotas, dos lágrimas que aceitaron la expulsión de Guyunusa, la abolición del derecho de Caroline a nacer y vivir en su nación, a vivir.
Y sanducera como el caudillo panzaverde Ricardo López Jordán, que los entrerrianos pusimos al frente de la revolución. De Paysandú, la heroica, donde peleó y murió el entrerriano Lucas Píriz codo a codo con el inmortal Leandro Gómez en la resistencia a la opresión imperialista. Donde cantó Gabino Ezeiza, el payador que le debemos a nuestra madre patria de los leones. Paysandú, que cobijó a nuestros combatientes en las horas amargas, y a la que Olegario Andrade le cantó como solía cantar, tronando: “¡Sombra de Paysandú! Sombra gigante que velas los despojos de la gloria”.

Los estudiosos coinciden en el origen charrúa de los secuestrados, y algunos incluyen a Guyunusa en la nación guenoa, o dicen que el padre de Tacuavé era guaraní.

Tan guaraní como Andrés Guacurarí y Artigas, gobernador de Misiones, capitán de blandengues, primero entre los desaparecidos político sociales, y en manos del imperio portugués; como fue primero entre los héroes de nuestras guerras por la independencia y el federalismo. En estos días de la Memoria, vuelve Andresito a interpelarnos por ese olvido que no parece casual, porque al nombrar al Andresito desaparecido se evoca por añadidura al federalismo desaparecido, al artiguismo en suma.

Hay investigadores de Paysandú (conocimos aportes de una periodista de gran compromiso, Carol Guilleminot) que certifican que Guyunusa y Tacuavé nacieron en estas tierras, son sanduceros, pero de cuando Paysandú abarcaba casi toda la margen oriental del Uruguay. Y eso mismo nos une más todavía, a los habitantes de las dos bandas. Porque además, Paysandú fue un pueblo de Yapeyú.

Tirso Fiorotto-UNO-21/3

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